Es nuestra percepción de una situación o de una persona como peligrosa la que activa nuestro mecanismo de emergencias (estrés).
La percepción es subjetiva, se basa en experiencias anteriores, nuestras creencias, educación, valores, etc. Así ante un mismo estímulo no todas las personas actuamos igual, ante un gato unos sentimos ternura y otros sienten miedo al ver sus uñas y dientes.

El estrés un término que está presente en nuestra sociedad, todos conocemos su síntomas: dolores musculares, cansancio, irritabilidad, dificultades para conciliar el sueño, problemas estomacales, enfermedades mentales como la depresión, ansiedad.....
En algún momento de nuestra vida todos hemos sentido que sus efectos negativos limitaban nuestro día a día y nuestra salud.
¿Qué es realmente el estrés?
Cuándo hablamos de estrés nos referimos por un lado al mecanismo de emergencias que se activa para defender nuestra integridad ante una amenaza y por otro lado nos referimos al desgaste que provoca tanto física como sicológicamente.
Cuándo nuestro cerebro primitivo detecta un peligro activa todo nuestro organismo con un solo objetivo la supervivencia. Prioriza todo aquello que nos permite huir de ese estímulo hostil o atacarlo si no podemos evitarlo.
Para ello eleva nuestros niveles de cortisol y azúcar en sangre, para darnos un plus de energía, nuestro corazón bombea más fuerte para que llegue más sangre a nuestras extremidades que se tensan para salir corriendo o atacar, la respiración se vuelve rápida y agitada para que la sangre esté bien oxigenada....
Funciones como la digestión pasa a un segundo plano, ya que lo importante es sobrevivir a este episodio.
Por ejemplo si estuviéramos en frente de un perro rabioso, este sistema se activaría y saldríamos corriendo para encontrar un refugio o en caso contrario le intentaríamos asustar y si no hay más remedio atacaríamos.
Una vez que superamos el peligro y estamos a salvo, el sistema parasimpático (que es el responsable de la relajación y el descanso) entra en acción para que descansemos y nos recuperemos de ese sobreesfuerzo o desgaste que también se denomina estrés.
Nuestro organismo está perfectamente diseñado para enfrentarnos a una amenaza y corregir el desequilibrio interno que nos provoca.
¿Dónde esta el problema?
Nuestra amígdala, que es la parte del cerebro encargada de activar esta programación, no distingue entre un peligro físico como puede ser un perro rabioso y uno más mental como puede ser el miedo a hablar en público. El mecanismo es exactamente el mismo, lo que ocurre es que cuándo hablo en público no necesito que los músculos de mi espalda y brazos se activen y tensen (de ahí las contracturas musculares), no necesito el extra de azúcar en sangre (niveles altos de colesterol y azúcar en sangre), no necesitamos que el corazón bombee tan rápido (problemas cardiovasculares) ...
En la sociedad hiperconectada y hostil en que vivimos, el estrés crónico forma parte de nuestra rutina. Si me levanto 10 minutos tarde se activa la señal de peligro porque voy a llegar tarde a trabajar, cuándo cojo el coche ya voy apurada y parece que los peatones se me cruzan, los otros coche van lentos, me enfado (otro pico de estrés), cuándo llego a trabajar ya no me da tiempo a preparar la reunión que tengo a continuación con lo que me tenso porque tengo que improvisar ......
Vamos de pico de estrés a pico de estrés y sometemos a nuestro organismo a un sobreesfuerzo que no necesitamos, sin darle tiempo a recuperarse ni física ni sicológicamente. Jon Kabat Zinn lo define como correr un maratón como una sucesión de esprints. ¿Cómo acabarías?, agotadísim@.
Y no nos olvidemos que al pasar de un pico de estrés a otro no podemos relajarnos porque estamos hiperactivos y el sistema parasimpático no puede realizar su función de recuperación. Estamos castigando a nuestro cuerpo y a nuestra mente, sin proporcionarle el descanso necesario y sin apreciar el enorme esfuerzo que realiza para nuestro bienestar.
Desde hace muchos años soy una de las miles de asturianos que conduce al trabajo por una autopista colapsada dónde los accidentes y las obras son habituales. Siempre me sorprende que en el momento de peligro reacciono instintivamente con mucha sangre fría, una vez que dejo atrás el accidente continúo conduciendo más despierta y con mucha tranquilidad. Pero cuándo llego a casa o al trabajo, me da un bajón impresionante. Siento doloridos los brazos y la espalda, cuándo empiezo a pensar en lo que podría haberme pasado me agobio muchísimo.
Seguro que tu tienes un ejemplo similar en tu vida cotidiana, intenta recordar ese momento, ¿Qué sensaciones corporales tenías? ¿Qué pensamientos pasaban por tu mente? ¿Puedes relacionarlos con una emoción? Esas respuestas te darán la clave de como vives el estrés y los efectos que tiene en tu cuerpo y en tu vida.
Elisa García Moreno
Instructora de Mindfulness y MBSR
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